martes, septiembre 26, 2006

JOSE MERINO: “YO NO VERIA A DON PEPE DERROTADO ANTE LA GLOBALIZACION”

Manuel Mora Valverde y José Figueres Ferrer a inicios de los años ochenta.
Fotografía de Julia Ardón.

ASAMBLEA LEGISLATIVA DE COSTA RICA
25 de Septiembre de 2006

CELEBRACIÓN DE CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE DON JOSÉ FIGUERES FERRER, BENEMÉRITO DE LA PATRIA

INTERVENCION DEL DIPUTADO JOSÉ MERINO DEL RÍO:

Se celebran los centenarios habitualmente para hacer un recuerdo elogioso de la persona que se conmemora, y resulta hasta de mal gusto convertir un centenario en algo que pueda chocar con un gesto humano de querer rememorar el recuerdo querido, honrado de una persona, que aunque se vincula con un determinado partido político, obviamente hoy ya está inscrito en el caso de don José Figueres en la historia nacional, en un patrimonio que, de alguna manera, nos pertenece a todos y a todas los habitantes de esta República.

Eso no quiere decir que la memoria sea un territorio inocente o armónico. La memoria es un combate, la memoria es una lucha siempre inacabada, la memoria se compone de recuerdos y de olvidos, y no hay una sola memoria histórica, hay diversas memorias históricas, porque las memorias históricas no son memorias individuales, obviamente existe la memoria individual y los recuerdos individuales son intransferibles, son esos recuerdos individuales construidos sobre los afectos, sobre los odios, sobre los rencores, sobre los cariños. Eso le pertenece intransferiblemente a cada individuo que ha ido tejiendo su propia vida y sus recuerdos en un contexto determinado. Pero la memoria es fundamentalmente un hecho social, es un hecho colectivo, no vivimos como individuos en islas separadas de los demás; incluso, aunque viviéramos en islas, de alguna manera estaríamos conectados, inclusive, al medio natural y a otros avatares, que haría imposible pensar que la memoria se puede recrear en
un tubo de ensayo, aislada de los conflictos, de los amores, de las pasiones, de los compromisos, de las militancias, de las identidades.

Es un tema complejísimo, a veces hay sociedades que tienen la fortuna de que en el marco de esas memorias diversas y conflictivas, logran elaborar mitos positivos. Mitos que se constituyen en patrimonio de una sociedad, en patrimonio positivo, porque también hay mitos negativos, hay mitos destructores, hay mitos también que instalan a los seres humanos en los peores momentos de la condición humana.

Pero en Costa Rica tenemos, creo, como sociedad, la fortuna de tener algunos mitos compartidos, que nos han ayudado y nos deben ayudar, nos deben seguir ayudando a construir una patria cada vez más inclusiva, cada vez más tolerante, más digna, más justa, más democrática.

Y no cabe duda que don Pepe Figueres está instalado en esa memoria colectiva, en ese cuerpo de mitos positivos, igual que Juanito Mora, o Juan Santamaría, o Pancha Carrasco o Manuel Mora Valverde, o Calderón Guardia, o monseñor Sanabria, para citar y, a veces, muy injustamente, muy injustamente solo a las personalidades que han recibido reconocimiento, porque esa memoria olvida también a muchos anónimos, a muchos costarricenses anónimos que no son hoy recordados, pero que, sin embargo, jugaron un papel extraordinario y fundamental en la construcción de una Costa Rica, que obviamente no es el paraíso que soñaron, pero que tampoco es un infierno del que tengamos que avergonzarnos, es una sociedad llena de problemas, pero que tiene todavía los recursos y los recuerdos necesarios para vigorizarse, para renovarse y construirse en el siglo XXI como una sociedad decente.

Yo veo, entonces, a don Pepe Figueres en el panteón de las personas ilustres de la historia de Costa Rica. Lo veo ahí, mirándonos. Yo, obviamente, por mi militancia política y mi experiencia personal, lo veo a la par de Manuel Mora Valverde, porque lo conocí a través de los ojos y de la mirada crítica de Manuel Mora Valverde. Yo conocí a don Pepe a través de los libros, del estudio de la historia de Costa Rica, pero también lo conocí a través de los relatos de sus contemporáneos y tuve la fortuna de conocerlo en dos o tres conversaciones muy intensas, a la par del líder del partido de los comunistas de Costa Rica, Manuel Mora Valverde, de un vencido.

Un vencido y un vencedor, porque esa historia se tejió alrededor de una conflagración civil. De una conflagración civil y ¡ay de los vencidos! ¡Ay de los vencidos! Eternos olvidados a menudo pero que cuando tienen alma superior terminan encontrando en un vencedor a una alma con características humanas superiores, no quiere decir incólume, porque también esas alegorías, totalmente apologéticas de las figuras históricas, en lugar de permitir recordarlas, las convierten en figuras de calendario, en fechas para ser recordadas y celebradas, pero no para ser vividas en un compromiso con tu país y con tus semejantes.

Y Manuel me decía: “Mire, don Pepe, al final, representando determinadas ideas, fuerzas sociales con las que discrepamos, contribuyó a que, juntos, pudiéramos trabajar en una parte de nuestros sueños.” Eran los días en que don Pepe regresó a La Habana con Manuel Mora Valverde, y se entrevistaba con Fidel, buscando la paz para Centroamérica.

Poco antes, ese don Pepe, que rompía moldes, que se escandalizaría del pensamiento único, dominante actualmente, era un Figueres que, incluso, en los marcos de la Guerra Fría establecía las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, o que no dudó un segundo en apoyar la lucha armada de los sandinistas para derrocar a la tiranía de los Somoza, o al que no se atrevían a levantarle la voz los voceros del Fondo Monetario.

Es un hombre muy difícil, muy difícil de encajar en una definición recetaria; era un hombre evidentemente de una personalidad muy compleja, muy compleja y, obviamente, con luces y sombras, como todas las personalidades que dejan huella en la historia de un país, en la historia de la humanidad.

Yo quisiera, sin embargo, dedicar solo dos o tres minutos a la siguiente idea de ese gran filósofo alemán, Walter Benjamín, que en un ensayo sobre para qué nos debe servir la memoria, decía que la posibilidad de la memoria es encender en el pasado la chispa de la esperanza presente.

Hay una forma de mirar hacia atrás que nos debe servir para actuar, no para recordar hechos como que ya no formaran parte de nuestra lucha de hoy, sino para iluminar en esos hechos del pasado, lo que hay que hacer en el presente, porque, de lo contrario, un pueblo que olvida el pasado, es mentira que encontrará nunca las luces de su porvenir, el camino del futuro.

Por eso hay una lucha y la memoria es un combate, porque cada uno le quiere dar a una figura un determinado matiz, una determinada fibra, un determinado temperamento, un determinado cuerpo de ideas, y yo veo que don Pepe Figueres hoy, en el siglo XXI sería un rebelde con causa, un rebelde que se removería en su patria ante el crecimiento flagrante de la desigualdad social, ante la destrucción de la solidaridad en la Costa Rica que él soñó, ante un país con un millón de pobres, ante un país donde se exhiben por la calle, con lujuria, el nuevo riquismo y la injusticia, que nada tienen que ver con la Costa Rica que soñaron los arquitectos de las luchas sociales de los años cuarenta.

Yo vería a don Pepe hoy peleando a nuestro lado, diciéndole “no” a un tratado de libre comercio que le quita a los estadistas la posibilidad de repensar el futuro de sus países, por lo menos con algún grado de autonomía y de soberanía.

Yo no vería a don Pepe derrotado ante la globalización. No vería a un Pepe Figueres diciendo: “Señores, la globalización es un huracán, al que no tenemos más remedio que someternos”. Le vería, como lo vimos hace más de cincuenta años, en un país de pies descalzos, donde no había luz eléctrica separándose un kilómetro de la avenida central; le vería creando nuevas instituciones, como el Instituto Costarricense de Electricidad; le vería, sin temblar, frente a los nuevos especuladores del siglo XXI, y rebelándose contra los dogmas de un pensamiento neoliberal que nos dice que tenemos que adaptarnos porque no hay alternativa; le vería decir que un hombre o una mujer que diga que no hay alternativa ante los dictados que nos imponen desde los centros mundiales de la globalización, es un hombre que renuncia a pensar con cabeza propia, y es, al final, un ser humano que renuncia a lo más importante de la condición humana, que es la dignidad de querer actuar con libertad y con auto
nomía ante los retos del presente.

Yo veo a ese Pepe Figueres con crítica y con lucha, lo veo como una figura que no se puede amoldar cómodamente a cualquier estructura mental o a cualquier marco político.

Está ahí, con lo mejor de su ejemplo, alimentando a ese manantial de rebeldía inagotable que hay en la sociedad costarricense, para seguir luchando por la justicia social, por más democracia, más soberanía.

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